En casa de Kaleb

No anduvimos mucho más cuando Kaleb me soltó la mano que acababa de cogerme y de la que yo no me había zafado y abrió una puerta disimulada en el interior de aquel túnel por tener el mismo tono y textura prácticamente que sus paredes.
me invitó a pasar a mi primero y le hice caso.
No me recibió una ráfaga de luz precisamente pero, comparado con aquellos pasadizos, la linterna ya no sería necesaria.
me adentré unos tres o cuatros pasos más mientras Kaleb cerraba y aseguraba aquella puerta y miré a mi alrededor.
No era una casa de grandes lujos, bueno, no era una casa con lujos directamente. Era muy básica y simple.
Un salón considerable pero prácticamente vacío y un pasillo que supuse que llevaría al resto de habitaciones.
No me atreví a adentrarme mucho más pues, aunque fuésemos lo que éramos, seguía siendo una casa ajena y quizás mi atrevimiento molestase a Kaleb.
Me giré hacia él y lo miré expectante.
- Espero no ocasionarte demasiados problemas - comenté casi con un tono de disculpa que acompañaba muy bien al gesto que se acababa de dibujar en mi rostro.
Luego recordé que, si me quedaba allí a pasar la noche, debería avisar a mis padres... Solo que, ¿qué diablos podía inventarme para no hacer saltar la alarma de todo aquello?.

- Si me ocasionaras problemas no te habría invitado a venir - le dije mientras me aseguraba que nadie no deseado cruzaría esa puerta - Bienvenida a mi palacio - le dije extendiendo los brazos para que viera lo poco que se veía por la luz que entraba por las persianas medio abiertas y las ventanas con plástico translúcido para que nadie mirara donde no debía mirar.

Me acerqué a la ruedita esa que servía para regular la luz y sólo la subí un poco, mis ojos ya no toleraban la luz como cuando vivía en Tierra Salvaje - Espero que no te importe que ponga la luz tan baja... llevo tanto tiempo en la oscuridad que mis ojos no son lo que eran - me di cuenta entonces de lo que había dicho... de como lo había dicho más bien y tuve que reírme - Que poético me ha salido eso

Me acerqué a la nevera y la abrí, no había gran cosa la verdad, pero bueno... tenía cerveza - ¿Quieres algo? No hay demasiado pero menos da una piedra. Y tengo cerveza - no me podía creer que le estuviera ofreciendo a Ivy una cerveza, después de todo la última vez que la había visto no tenía edad para beber, pero yo tampoco la tenía así que.

Tuve que pensarlo, aquel ambiente, aquella tenua luz, cervezas... Qué mezcla de estilos para una perfecta velada romántica.
Me reí interiormente de mis delirios inconscientes y asentí a su último comentario. No es que la cerveza fuese mi bebida favorita pero no había que hacerle ascos a nada y menos cuando te lo ofrecían.
Llegué hasta Kaleb que me tendió un botellín y lo cogí con tranquilidad, había aprendido a abrirlos con la boca... lo se, muy poco femenino, pero era bastante práctico, así que lo hice y, cuando estuve a unto de pegarle el primer trago, me detuve.
- Podríamos brindar por algo... - comencé haciéndome la pensativa, aunque la realidad fuese precisamente esa. Me rasqué levemente la barbilla y chasqué los dedos en expresión de "¡eureka!". Le sonreí.
- Podría sermonearte de lo lindo sobre la venganza, los propósitos y la libertad de decisión pero creo que hay algo que merece más la pena y por lo que brindar puede llegar a ser un verdadero honor - me acerqué hasta él, mirando obligatoriamente hacia arriba ya que me sacaba bastantes cabezas de altura y alcé mi botellín de cerveza - Por nosotros - concluí.

Sonreí de buena gana cuando me propuso aquel brindis - Por nosotros - le dije chocando mi botellín contra el suyo. Me había dejado impresionado con su destreza de abrirlo con la boca pero preferí no decir nada. No era el momento de romper... el momento.

Le di un buen trago a la cerveza y me apoyé contra la encimera, dejando la botella con cuidado a mi lado. Ella me había preguntado si no me causaría problemas y ahora me daba cuenta de lo poco que había sopesado las posibilidades, ella iba a ser la que se metería en problemas si no volvía a casa y no avisaba a nadie - Espero no ser yo el que te meta en problemas por secuestrarte y traerte a mi cueva - reí y la miré con los brazos cruzados, como me había puesto en la nevera/oficina, era una postura que me salía sola, sabía lo que significaban los brazos cruzados cuando hablabas con alguien pero... ¿acaso no estaba cerrado en banda a cualquiera que se me acercaba? Me encariñaba pronto con la gente, pero eso no quería decir que me fiara de ellos o les dejara acceso directo a... mí, al que era yo de verdad. Me di cuenta en ese momento que Ivy ya estaba por encima de eso, ella ya me conocía a mí, además de mis padres y mi hermano era la única persona en la faz de esa tierra de mierda que sabía mi nombre real, el que me habían puesto mis padres. Y de repente esa postura se volvió incómoda e injusta para Ivy y descrucé los brazos apoyando las manos a cada lado de mi cuerpo en las encimera.

Dibujé una sonrisa de esas que, por mucho que no quieras, van a seguir ahí, insistiendo en salir hasta que caes rendidas a sus peticiones... De esas, y me odié momentáneamente por aquello. Bueno, a mi y a Kaleb, por ser el culpable de dibujarla.
Me obligué conscientemente a apartar la mirada y disimular haciendo que me interesaba por la decoración de la casa.
- La verdad que el término "cueva" sí que le pega, sí - comenté queriendo sonar algo repelente o picajosa pero ocultando, en realidad, mis ganas de suplicar "tierra, trágame".
Lo imité y le pegué un par de sorbos más a la cerveza, no era la mejor del mundo pero tampoco estaba nada mal, una bebida refrescante para un buen rato con un amigo recién descubierto.

Tras dejar de lado mis pensamientos adolescentes e infantiles recopilé información o, más bien, rebobiné a lo último que Kaleb había mencionado... ¡mis padres!.
- Oh, mierda - salté de repente llevándome una de las manos al bolsillo izquierdo trasero de mi pantalón y tanteando en busca de mi móvil. Lo encontré y le dirigí una mirada de disculpa a Kaleb pero, cuando fui a marcar, me di cuenta de que no tenía cobertura - Sí, definitivamente estamos en una cueva - comenté en voz alta sin intención de ofender mientras comenzaba a buscar red alzando el teléfono y dando vueltas por toda la estancia mientras en la otra mano continuaba manteniendo el botellín.

Me eché a reír en cuanto me dijo que parecía una cueva de verdad... la clandestinidad era lo que tenía, que no había demasiados lujos, y era curioso como te dabas cuenta de lo lujoso que podía llegar a ser la luz cuando dejabas de verla a menudo.

La vi dar vueltas por mi "salón" con el teléfono en alto intentando coger cobertura y con el botellín de cerveza en la mano que tenía libre. Y en ese momento eché de menos tener una cámara de vídeo. Me quedé mirándola mientras seguía paseándose delante de mí. La verdad es que los años le habían sentado bien, se habían repartido por todos los lugares en los que una mujer hecha y derecha los necesitaba. Sobre todo en el carácter, no había nada que me gustara más que una mujer con carácter y sentido del humor. Entonces me di cuenta de lo que estaba pensando de la primera amiga que había tenido en mi vida y de como la estaba mirando. Sacudí la cabeza sonriendo por aquella revelación y le di otro trago a la cerveza. Y busqué en mis bolsillos el teléfono que había tenido que trucar para coger más cobertura allí abajo y lo levanté para enseñárselo. Era curioso lo que podías encontrar en el submundo de Portland, si sabías dónde buscar y eras generoso con tus favores.

- Toma... este coge cobertura aquí abajo - le dije acercándome a ella y tendiéndole mi teléfono.

Todavía empeñada en mi búsqueda de cobertura, escuché a Kaleb ofrecerme otro móvil a mis espaldas. Me giré más rápido de lo habitual y se me debieron encender los ojos.
- ¿Trucado? - aunque no me hacía falta respuesta. Otra cosa no pero la tecnología y algo de electrónica era uno de mis hobbies favoritos y ya solo con ver el modelo de móvil que ya sabía a la legua que tampoco cogería cobertura, que él me asegurase que lo hacía solo podía significar que estuviese realmente trucado.
Dejé el botellín de cerveza en una pequeña mesa al lado del sofá y llegué hasta Kaleb practicamente corriendo, con la consecuencia más que clara de que, si eres algo patosa, acabas tropezando contigo misma y cayendo de bruces contra el armario empotrado que había resultado ser tu amigo.
Roja como un tomate me aparté lo más rápido y dignamente que pude y lo miré con cara de "uy" disculpándome y cogiendo el móvil que me tendía sin borrar todavía la sonrisa de inocente que acababa de dibujar.
Me centré en el aparato entonces y lo apagué, lo abrí y cambié las tarjetas. No había que correr riesgos. Me aparté sutilmente de Kaleb y llamé a mi madre... No lo cogía. Miré la hora y recordé que todavía no habría vuelto a casa por el trabajo. Resoplé. A mi padre no iba a poder decirle que no iba a casa, que fuesen de la resistencia no implicaba que no tuviesen sus cosas de padres protectores. A mi hermano, obviamente, tampoco iba a poder decirle nada...
A ver, Eve, piensa. Y pensé durante unos breves segundos, los justos hasta ver como la rallita de conexiones de red me llamaba silenciosamente. Que gran invento ese de meter Internet en el móvil.
Comencé a toquetear botones, conexiones y letras hasta terminar en mandar un correo a la cuenta de mi madre con una excusa barata. Sabía que no me iba a creer pero también sabía que se metía al correo de uvas a peras, tiempo suficiente para qué, entre que lo veía y no, volver y explicarle la realidad de lo que había sucedido.
Tras ello, apagué de nuevo el móvil, intercambié las tarjetas y llegué hasta Kaleb con su móvil en alto, devolviéndoselo.
- Asunto arreglado. ¿Cuál es mi cuarto? - pregunté retóricamente por el simple hecho de comentar.

Me dejó un tanto impresionado la forma en la que cargó contra mí cuando fui a dejarle el teléfono, no sólo por la voz y cara ilusionadas con las que miró el aparato, que pese a estar trucado pasaba muchísimo desapercibido, sino por el hecho de que pese a ser así de pequeña había conseguido empujarme y si hubiera sido por ejemplo de la complexión de mi hermano, me habría ido al suelo. La pequeñaja era una cara de sorpresas, y yo pensaba que la conocía.

La vi trastear con mi teléfono y me pregunté si sabría como entenderse con ordenadores, al menos si sabría hacerlo mejor de lo que lo hacía yo, que no era ninguna máquina de la informática precisamente. Dos segundos después me dí cuenta de lo que estaba pensando, no podía pedirle que me ayudara en lo que hacía, era demasiado peligroso, una cosa era que quisiera acabar con los del consejo pero yo no podía pedirle que me ayudara, compartir información si encontraba alguna, sí, pero de ahí a pedirle que arriesgara el pellejo por ayudarme, había un largo camino.

Cuando terminó de enviarle el mail a su madre me devolvió el móvil y me preguntó dónde estaba su habitación y por centésima vez en esa tarde me di cuenta de que tenía que pensar más lentamente mis ideas brillantes, porque sólo había un cuarto para dormir en la "casa". Menos mal que el sofá era cómodo - Te dejaré dormir en mi habitación. Yo dormiré en el sofá - me apresuré antes de que pensara cosas raras, no quería espantarla el primer día que nos encontrábamos. Le enseñé dónde estaba mi maravillosa habitación, que era más deprimente todavía que el resto de mi casa. Y volvimos a la cocina para cenar algo y seguir hablando.

Aún a pesar de mi insistencia por no quitarle su cuarto y que me dejase dormir a mi en el sofá, él siguió en sus trece, otra cosa no pero cabezón, igualito que hacía nueve años. Llegó un momentó que desistí y, en vez de insistir verbalmente, me limitaba a resoplar y acompañar dicha conducta con un para nada sutil rodamiento de ojos.

Le ayudé a preparar la cena, bueno, "cena", consistente en cuatro cosas pero que, por raro que pudiese parecer, a mi se me hacían más que suficientes. No es que no tuviese hambre, porque la tenía, pero había cosas más importantes y merecedoras de preocuparse por ellas que si había dos o tres trozos de pan.
Las horas transcurrieron rápidas, o al menos eso noté yo cuando miré a mi móvil y me percaté de que ya eran casi las once de la noche. Abrí los ojos como platos al verlo.
- Madre mía, como se pasa el tiempo... - comenté casi para mi misma y, en ese momento, me recordé a los típicos ancianos de "todo esto en mis tiempos era campo", no me pregunteis por qué.
Tomé el último sorbo de mi tercer botellín de cerveza y mi estómago y cabeza me informaron de que ya valía por aquella noche de alcohol pues, durante el transcurso de la cena, la visión física de Kaleb había ido enalteciéndose a base de bien y eso no podía ser ni bueno ni sano para una mente como la mía.

Terminamos la cena y ambos recogimos rápidamente todo lo usado. Una vez en la cocina me apoyé como Kaleb lo había hecho, sobre la encimera, horas atrás y lo miré cruzada de brazos.
- La verdad es que como anfitrión de cuevas eres bastante bueno... - le dije con un tono más propio de los tres botellines que de mi cordura.

No me podía creer que hubieran pasado 3 horas desde que habíamos llegado a mi casa. Ivy tenía razón el tiempo se pasaba volando, sobre todo cuando discutías con una chica sobre lo que hacer con TU cama.

Además la compañía era estupenda, desde que había llegado a la ciudad toda la gente con la que hablaba hablaba en realidad con Frost, y por fin después de años estaba con una de mis mejores, si no la mejor, amigas poniéndonos al día y riéndonos y siendo yo, con alguien, no la fachada de protección que me había obligado a levantar para protegerme de todo y de todos. Era una sensación estupenda.

Lo limpiamos todo entre los dos, lo poco que había que limpiar y luego Ivy me cogió el sitio (y la postura) en la encimera, la oí decirme lo de que era bueno como anfitrión de cuevas, con la cabeza gacha, una sonrisa ladeada y mirándome a través de las pestañas por que la inclinación de la cabeza no se lo permitía hacer de otro modo, y me lo dijo con una voz que no dejaba lugar al error en alguien que se jactaba de conocer perfectamente las intenciones de las personas con solo mirar como se comportaban.

No se lo que se me pasó por la cabeza al verla y oírla así, pero de repente se apareció ante mí como algo completamente diferente a lo que estaba acostumbrado en mi mente, a lo mejor es que estaba demasiado falto de cariño o de contacto o lo que fuera, no lo sabía pero se me nubló el juicio por un momento y me dejé llevar.

Me acerqué a ella con un paso largo y me quedé justo delante - ¿Sabes? Puedo enseñarte algo sobre el lenguaje corporal de la gente - comencé lentamente, intentando no perder el control de mis actos, respirando profundamente - Los brazos cruzados indican que te cierras a la persona a la que le estás hablando - le cogí las manos con las mías con mucho cuidado, acariciando los dedos levemente mientras la obligaba a descruzar los brazos y le susurré - ¿Es eso lo que quieres?

Lo hubiera matado en ese momento por acercarse de aquella manera que, a mis ojos, incitaba claramente a un juego que quizás yo misma había propiciado sin ser totalmente consciente de ello. O no, igual simplemente estaba siendo como siempre pero mis cervezas me nublaban la vista y lo que no era la vista.

Me puse nerviosa y eso, ESO, era muy raro en mi.

Me erguí levemente cuando se acercó tanto y me puse algo más recta, dejando de tener prácticamente el apoyo de la encimera, aunque lo seguía notando ya que como siguiese así, iba a necesitarlo. Miré hacia sus manos cuando me apartaron los brazos y vi como éstos se dejaban sin poner oposición alguna. Eve, por Dios, céntrate, céntrate, que te me vas..., comencé a pensar para mi misma obligándome a no pensar segundas intenciones que nunca quedaban demasiado claras cuando grados de alcohol habían entrado en tu organismo. ¿Lo malo de aquello? que los grados que habían entrado no eran los suficientes como para justificar una ida de olla considerable. ¿Pero qué estaba pasando? Pues chica, que te pone, me contestó mi Pepito Grillo particular.

No supe si se vería desde fuera pero un escalofrío me recorrió la espalda y me obligó a removerme de nuevo ante aquel pequeño contacto. Levanté la mirada de nuevo para clavarla en la suya pero no llegué a tiempo, se ancló en sus labios y a ver ahora quién era la lista que la apartaba de ahí.

- ¿Que pasaría si, tras nueve años, esos niños se reencontrasen y una de las partes ya no viese a la otra como tal niño? - pregunté, sin proponérmelo, en un susurro. Sin apartar mis manos de las suyas, sin apartar mis ojos de sus labios.

Sonreí de medio lado sin separar los ojos de los suyos que no estaban devolviéndome la mirada, precisamente.

Respiré hondo cuando la oí decirme aquello, le fui bajando los brazos a la vez que me iba acercando a ella un poco más - Menos mal... creía que era yo el único que te veía de forma distinta

Notaba como la parte racional de mi cerebro empezaba a hablarme a gritos sobre las múltiples ramificaciones que podían tener mis actos, todas ellas negativas me permitiría añadir, a mi cerebro le gustaba ser un agorero a veces, por eso vivía en los túneles y apenas salía a la superficie, para eso era muy práctico, pero en ese momento no quería escucharlo. Otra parte de mí, la parte a la que quería escuchar, se estaba despertando de un sueño muy largo del que creía que no iba a despertar nunca. Luego había otra parte, más pequeña, más profunda, que estaba directamente muerta, pero me conformaba con lo que tenía. Necesitaba sentir algo, a alguien, y no me había dado cuenta de lo mucho que lo necesitaba hasta ese momento.

Sonreí de medio lado y bajé la cabeza un poco, en camino de poner su boca y la mía a la misma altura - Tendré que hacerlo yo - susurré antes de posar mis labios sobre los suyos.

Aquella sonrisa medio ladeada me deshizo, casi literalmente, ¿sabes cuando notas como te derrites por dentro y te preguntas si por fuera estará surtiendo el mismo efecto? Pues eso fue lo que sentí al verla.
No le contesté a su primera frase, no porque no quisiese, sino porque no pude. Estaba tan sumamente ensimismada en algo que se escapaba de mi comprensión que tan solo pude pensar en sonreir cuando lo escuché, aunque no lo expresase físicamente pero ya, cuando se acercó a una distancia para nada prudencial y pronunció aquellas palabras seguidas de sus labios, me rendí.

Al principio cerré los ojos, lentamente, y correspondí a un beso que cualquiera denominaría dulce. Y la verdad es que lo fue pero, besar a tu mejor amigo de la infancia al que le habías perdido la pista hacía nueve años, era raro, raro, raro. Se me venía a la cabeza aquel muchacho adolescente que me había vuelto loca tantas noches sin que él lo supiese y, ahora, tenerlo ahí delante, con sus labios sobre los míos y con una apariencia y carácter más que envidiables, era algo demasiado subrrealista.

Aún con todo, continué aquel beso y, debo admitirlo, besaba mejor de lo que me podía haber llegado a imaginar. Mis manos tomaron vida propia y, una de ellas, fue directa a rodear su cuello mientras que la otra optó por ascender, lentamente, acariciando su brazo hasta anclarse también en su cuello solo que con la diferencia de que lo hizo menos sutilmente que la otra, obligándolo a acercarse más a mi y profundizar un beso que mis hormonas, necesidad y ganas de hacía tantos años, habían decidido disfrutar al máximo.

Subí el ritmo, sin proponérmelo, ya no me planteaba si estaría bien o mal lo que estaba pasando, no me planteaba si él tan solo había querido un beso simple, no m eplanteaba nada. Mi cuerpo pedía y yo le proporcionaba hasta que algo, un pequeño click en mi razón, me hizo bajar el ritmo y separarme lo justo para poder mirarle a los ojos y hablar.
- Cuando quedábamos de pequeños no hacíamos esto, ¿eh? - comenté con una sonrisa picarona sabiendo que prefería el ahora mil veces que el antes. Volví a mirar sus labios y me pregunté si él querría quedarse tan solo en eso o no...

Aquello era mucho mejor de lo que yo recordaba y ver que ella parecía querer lo mismo que yo me hacía sentirme mucho mejor conmigo mismo y lo que estaba haciendo, por lo hablar de que era mucho menos ridículo que el rechazo más absoluto, que viniendo de ella cabía la posibilidad de que lo hubiera hecho.

Después de un rato, después de que el beso hubiera cogido un ritmo con el que yo estaba más que cómodo, empezó a separarse y me soltó aquella perla que me hizo rodar los ojos y mirar al techo riéndome - Ivy, por favor... - comencé y bajé la vista del techo - No me recuerdes que la última vez que nos vimos tenías 11 años - le dije con media sonrisa otra vez antes de cogerla de detrás de la nuca con la fuerza justa para atraerla hacia mí y no hacerle daño y besarla de nuevo, con más fuerza y de forma más profunda que antes. Mi otra mano deambuló por su cuerpo hasta asentarse en la parte de su espalda para acercar el resto de su cuerpo a mí. Necesitaba sentir que era cierto que estaba pasando... que no estaba solo. Me daba igual lo que viniera después de eso, lo único que me importaba era ese momento, en ese lugar, con ella. Y nada más.

Sonrei sobre sus labios tanto por sus palabras como por el hecho de que me hubiese llamado Ivy. Aquel pequeño detalle, aquella tontería, hizo que soltase todo lo que me faltaba por soltar. Me dio confianza, me otorgó buenos recuerdos y ese detalle mezclado con el recorrido de sus manos hicieron que mis deseos se vieran altamente correspondidos.
- Esto es de locos - me atreví a aventurar sobre sus labios mientras me dejaba despegar de la encimera y mis manos comenzaban a copiar el ritmo de las suyas solo que, y yo lo sentía si no le gustaba demasiado, para ellas aquello ya había tomado un caliz demasiado ardiente como para andarse con dulzuras, consentimientos y ralentizaciones.
Mientras la mano que lo había atraído hacia mi se colaba entre su mandíbula y la mía, agrrándolo de ésta como si se me fuera a escapar, la otra comenzó a surcar aquella espalda claramente esculpida hasta terminar en la curvatura donde ésta perdía su nombre.
Mis dedos juguetearon con el inicio de su pantalón por la parte de atrás y, ni corta ni perezosa, me atreví con el borde de su camiseta... por dentro... Vamos, que me apetecía comprobar si su interior era tan sumamente tentador como su exterior.

Ahogué una risa mientras su caricia por dentro de mi camiseta mandaba un escalofrío por mi columna vertebral. Hacía tanto tiempo que nadie hacía eso conmigo, desde hacía cuatro años más o menos.

No Kaleb... no te hagas esto...

Me forcé a reprimir todos aquellos recuerdos y en cuanto me centré en lo que estaban haciendo sus manos se volvió mucho más fácil enterrar esa parte otra vez. Tenía que superar lo que había pasado con Jonah, y esa era la mejor forma de hacerlo.

Superada esta fase de mi ensimismamiento decidí que había demasiada ropa de por medio, y cuando decía demasiada, decía demasiada porque la "pequeña" no había tenido mejor idea aquella mañana que ponerse tres camisetas - Estoy seguro de que no hace tanto calor por la calle como para ponerte tres camisetas - le dije con retintín separándome de sus labios a la vez que cogía el borde de la primera camiseta y se la quitaba por la cabeza. Me volví a abalanzar sobre ella, esta vez besando su cuello, la mandíbula, todo a lo que tuviera acceso.

Me mordí el labio inferior a la vez que me negaba a abrir los ojos para sentir todavía más aquel ataque a mi cuello y sus alrededores.
Reí levemente ante su comentario y entonces bajé hasta su oído para susurrarle.
- Si llego a imaginarme que pasaría "este" calor, créeme que no me las habría puesto - dije con toda la intención del mundo mientras le mordía el lóbula de la oreja, sacaba mi mano de debajo de su camiseta y volvía a abrir los ojos.
Me eché un poco hacia atrás y me quité yo misma las dos camisetas que quedaban, juntas, que más me daba ahora mismo... y las tiré al suelo o donde fuera que cayeron.
- ¿Mejor así? - pregunté retóricamente a la vez que volvía a abalanzarme sobre su boca como si de ello dependiese mi vida en esos momentos.

No pude evitarlo, mis manos se posaron en su pecho y comenzaron a concocerle, de ahí bajaron hasta su abdomen y me obligaron a arrancarle la camiseta de rayas que llevaba casi a jirones.
Lo miré con lujuria una vez lo despojé de aquel incordio de atuendoy lo atraje de nuevo hacia mi chocando mi espalda, sin quererlo, contra la encimera de nuevo.
Mis manos se habían vuelto locas, palpar aquel torso desnudo era demasiado para ellas y también para mi cordura. ¿Que por qué lo se? Porque fue en ese momento cuando me percaté de como mis piernas habían comenzado a buscarse un sitio entre las suyas acabando por entrelazarlas de maneraque una de mis piernas quedaba entre las suyas y viceversa.

Mis manos pasaron a su espalda y no pude reprimir presionar con la yema de mis dedos sobre sus homoplatos. Me gustaba aquel cuerpo, su manera de besar, de moverse y de tocarme. Me gustaba todo lo que ahora mismo tenía a mi alcance.
Bajé mis brazos hasta el límite de su espalda y, con todo el descaro del mundo, llegué hasta su trasero a la vez que iba intercalando caricias más o menos suaves con juegos consistentes en coger el comienzo de su vaquero y simular que lo bajaba.

- Mejor - le dije en un susurro mientras me derretía por su mordisco en mi oreja y volvía a atacar su cuello, su mandíbula, su pecho todo lo que tuviera al alcance de los labios. Pero la diferencia de altura empezaba a ser más que incómoda a medida que intentaba acercarme al borde del sujetador negro que llevaba.

- Esto así no va a funcionar - dije entre dientes antes de cogerla en brazos y sentarla en la encimera, habiéndola colocado ya a la altura que yo necesitaba, reconocía que había sido un poco egoísta en aquella decisión pero pensaba compensárselo con creces.

Bajé la cabeza para poder hacer lo que me había propuesto cuando había decidido subirla a la encimera de mi cocina y empecé a besarle, por el cuello bajando hasta el borde del sujetador y de vuelta a subir y seguir subiendo hasta llegar a su boca, pasando por la línea de su mandíbula. Cuando terminé de recorrerla con los labios me limité a hundir la cara en la curva que formaban su cuello y su hombro y respirar su aroma profundamente.

Me encantaba cada movimiento que Kaleb hacía sobre mi y, cuando me cogió en brazos para sentarme sobre la encimera, pasé del encantamiento a la adoración. Era justo lo que llevaba esperando ya unos largos segundos en los que parecía no llegar nunca.
Reí porque sí, sin motivo latente alguno, y tuve que abrir las piernas para que ambos estuviesemos más cómodos y, las cosas como eran, poder encajar como si de un puzzle se tratase.
- A ver como te las apañas ahora con el resto - le piqué maliciosamente haciendo referencia a que en esa postura, conmigo sentada, zafarse de lo que me quedaba no le iba a resultar muy fácil en cambio, a mi, estaba claro que si. Ventajas de ser pequeña, ahí estaban.

Como me percaté de su afán por besar y acariciar quise provocarle y hacerle rabiar, me eché hacia atrás y me aparté sutilmente de sus besos. Lo miré detenidamente y volví a morderme el labio, incitándole, claramente. Con mi mano derecha le cogí la barbilla, suave, y me acerqué para dar un pequeño beso, corto y dulce al que le seguiría otro en l acomisura de los labio sy otro en la mejilla.
Volví a apartarme y quise deleitarme con mi boca sobre su torso. Bajé hacia su cuello esta vez siguiendo con aquella serie de pequeños y cortos besos y, al llegar a la curvatura del mismo, noté y vi una fina cuerda. Me aparté para vislumbrar mejor el colgante y entonces me percaté de que no se trataba de un simple collar sino que era una especie de pequeña botella que contenía, o no, alguna sustancia.
- Que colgante más... curioso - comenté tomandolo con una mano y observándolo mientra smi mano izquierda continuaba en su espalda - ¿Contiene algún tipo de sustancia peligrosa? - le pregunté en un tono muy muy bajo mientras me acercaba de nuevo a su boca y volvía a imitar el recorrido hacia su cuello y hombro.

Aquel movimiento había sumado otro tanto a mi lista de planes no planificados hasta el final, pero esto no me importaba, al fin y al cabo tenía fácil solución y no requería que nadie muriera o se pusiera en peligro.

Se me entrecortó la respiración con cada contacto que hizo con mi cuerpo, estaba deseando posar mis labios sobre el suyo otra vez, pero ¿cómo podía hacerlo si eso la distraería a ella de hacer lo mismo conmigo? Aunque sabía que si no la correspondía se me iban a acabar las atenciones. Me oía a mí mismo con la respiración temblorosa cuando noté sus labios encima del cordón del vial de veneno que llevaba colgando del cuello día a día, mi único compañero diario. Lo observé detenidamente, como si nunca lo hubiera visto a la vez que lo hacía ella y oí su pregunta... Que si era peligrosa la sustancia dentro de la botella, no sabía hasta que punto, por eso mismo estaba en esa botella, pero eso ella no tenía por qué saberlo, no por ahora al menos, no quería estropear el momento. Cogí la botella de su mano con cuidado, intentando que se diera cuenta de que no se la quitaba de malas maneras - Contiene una salida - me quité el cordón del cuello y lo coloqué con cuidado en la encimera, lo más lejos que podía ponerla de nosotros sin tener que soltar a Ivy o que la botella se pudiera caer por lo que fuera, aquello no quería perderlo.

Para desviar la atención de aquello, que ya había tenido la suficiente teniendo en cuenta lo que era y lo que estábamos haciendo, mi mente empezó a pensar en como quitarle los pantalones a Ivy. Se me dibujó en la cara una sonrisa traviesa y la miré a los ojos - Ya sé como terminar de quitarte lo que te queda - y sin más dilación cogí a Ivy en brazos otra vez, me coloqué sus piernas alrededor de la cintura y la llevé hasta el sofá - Ahora sí... - me quedé de rodillas entre sus piernas cuando la tumbé y quité del medio sus pantalones sin más dilación, antes de tumbarme sobre ella y empezar a besarla otra vez por el cuello y el pecho.

Dejé de pensar en aquella enigmática respuesta en cuanto me cogió y me llevó hasta el sofá para despojarse de la mayor parte de la ropa que me quedaba y se tumbaba sobre mi volviendo a incidir con sus labios sobre mi cuello. Produje un leve gemido cuando lo noté descender hasta mi pecho y no pude evitar arquear mi espalda cuando terminó por llegar hasta él.

Hacía unas cuatro horas llegaban a decirme que esa misma noche acabaría en el sofá de Jack Frost, desnuda y con él encima y me hubiese reído en la cara del que se hubiese aventura a predestinar dicha locura...

Sonreí ante mis pensamientos y abrí los ojos. Me apoyé con los codos y así pude impulsarme hacia arriba para poder deleitarme con aquella visión.
- Deinitivamente, sí, eres un gran anfitirión - comenté mirándolo con la cabeza algo ladeada y volviendo a tumbarme, a mirar al techo, a relajarme y a disfrutar de aquello... eso sí, durante un breve tiempo, pues era impensable plantearse el solo hecho de que yo me fuese a estar quieta teniendo en cuenta lo que estaba haciendo con mi temperatura corporal.

Lo cogí de los hombros y lo encaminé de nuevo hacia arriba, a tenerlo frente a frente, a poder acceder a esos besos que sabían dibujar maravillas... Mi cuerpo respondía y yo no se lo impedía. Mis caderas comenzaron a contonearse, sutilmente, hasta que decidieron alzarse para tener más contacto con las suyas. Bendito o maldito el momento en que lo hice y noté lo que todavía me faltaba por descubrir...
Aquello no había hecho más que empezar pero mis manos ya fueron directas hacia aquel lugar, a investigar sin pudor alguno.

- Soy bueno en muchas cosas - le dije de forma grave sobre sus labios antes de besarla profundamente otra vez. Beso que se detuvo de forma brusca en cuanto noté sus caderas contra las mías.

Ahogué un gemido y empecé a responder a sus movimientos, de forma cada vez más brusca y decidida, me estaba volviendo loco, pero valía la pena acabar en un manicomio sólo por el hecho de poder sentir aquel calor dentro de mí otra vez haciéndome arder.

- Los pantalones me están matando... ¿no piensas hacer nada al respecto? - le dije riendo contra su cuello antes de atacarlo otra vez, y subiendo poco a poco por detrás de su oreja, cuando se acabó el camino que recorría saqué la cabeza y se me dibujó en la cara aquella sonrisa pícara otra vez. Volví a bajar, lentamente, beso a beso, por el cuello, por el pecho, pasé la frontera en la que me había detenido siempre hasta ahora y seguí bajando por su abdomen, me paré con toda la alevosía del mundo en su ombligo antes de seguir bajando hasta llegar a sus caderas, desplacé mis labios hacia la cadera izquierda y le di el último beso separando un poco la goma de su ropa interior.

Me estaba desmontando por completo, claro que pensaba hacer algo al respecto pero no podía esperar que lo hiciese si, tras decírmelo, bajaba hasta donde bajaba. Así no había manera humana ni animal de pensar con algo de claridad.
Mi espalda volvió a arquearse y un suspiro placentero se escapó por mi garganta a la vez que notaba como cada poro por el que él pasaba, se erizaba y los temblores comenzaban a hacer acto de presencia.
Una de mis manos optó por enredarse en su pelo. Quise responderle a lo que acababa de comentar pero no pude, con sutileza, mi mano lo guiaba hasta donde quería que se quedase el resto de las horas y mi cordura no estaba por la labor de formular un par de palabras acordes o congruentes a una buena respuesta. Supuse, que el silencio y las reacciones de mi cuerpo, eran toda la respuesta que Kaleb iba a poder obtener por ahora.

La otra mano pasó de él a mi, no pude reprimirlo, me estaba volviendo loca. Quizás, cuando recuperase algo de aliento, podría reunir las fuerzas necesarias para atacarlo como ahora él me estaba atacando a mi.

Levanté los labios de su cuerpo lo justo para sonreír antes de dejar que me guiara a donde ella quisiera que estuvieran trabajando. No me importaba en absoluto hacer lo que ella dijera... aunque en realidad no decía nada. Y eso también me daba una enorme satisfacción personal.

Le besé encima del vientre antes de apoyar las manos en el sofá e incorporarme poniendo mi cara a la altura de la suya - Todavía hay demasiada ropa de por medio - le dije mientras me apoyaba en las rodillas más que en las manos y le acariciaba a Eve el torso para hacer que encorvara la espalda otra vez y poder meter las manos para llegar al cierre del sujetador. Por un momento se me apareció en la mente la imagen de la niña que yo recordaba pero la aparqué tan pronto como surgió y seguí concentrado en lo que tenía entre manos. Que era lo mejor que había tenido en años.

Desabroché el cierre del sujetador y le quité la prenda con mucho cuidado, asegurándome de que rozaba sus brazos con las yemas de mis dedos - Esto está mucho mejor - le dije antes de hundir la cabeza entre sus pechos y besarlos con hambre, como había hecho antes con su cuello. Y bajaba una mano para quitarle la última pieza de ropa que separaba su cuerpo del mío.

Había una clara diferencia ventaja o desventaja, según el punto de vista, entre ambos. A mi ya apenas me quedaba nada de ropa y, en cambio, a él, más de la mitad. Eso había que solucionarlo y, casualmente, sabía como.

Lo dejé terminar de hacer y, una vez me despojó de todo lo que parecía molestarle, decidí tomar yo las riendas de nuevo. Por lo que había podido comprobar, Kaleb parecía más un romántico capaz de controlarse para matizar detalles y yo, que era como era, resultaba ser todo lo contrario. La lentitud en el sexo me aburría, estaba bien para jugar, intercalar ritmos y picar a tu rival pero, cuando ambos sabían lo qe querían, la veía innecesaria... y se lo hice ver.

Me medio senté obligándole a erguirse sobre sus rodillas para no estar descompensados y lo miré con lujuria.
- Voy a tener que enseñarte algunas cosas - "como ir al grano", pero aquello último solo lo pensé. Lo empujé con cuidado hacia atrás haciendo que ahora fuese él el que quedase debajo y yo encima. Me coloqué sobre mis rodillas y lo contemplé desde la altura que ahora lo superaba con creces.
Me agaché hacia él y le mordí el labio sin hacer daño pero sin llegar a ser tampoco demasiado dulce - Espero que después de esto Jack Frost no me odie - comenté sobre su boca en un tono irónico que probablemente solo yo entendí. Le dediqué una mirada tentadora y comencé a bajar por su torso, sin hacer nada, solo contemplarlo y haciendo que mi respiración agitada por la excitación chocase contra su piel. Con mi dedo índice acompañaba a mi mirada, trazando una fina línea que empezó en su cuello y terminó en el inicio de su pantalón.
Con destreza, desabroché el botón y, tras quitarle sin mirar el calzado, hice lo propio con dicha prenda.

Volví a subir esta vez por sus piernas, acariciándolas con ansia y llegué hasta su entrepierna. Lo miré a los ojos desde aquella posición y me deleité con su expresión. Me encanta sentir esa sensación de saber que, con tan solo un movimiento en tan solo un segundo, su autocontrol podía pasar a ser totalmente mío.
Comencé a bajarle la única prenda que le quedaba mientras no apartaba mi mirada de la suya. Quería ver sus ojos, su boca, su expresión ante todo aquello.