Llueve (Keira Lekker)

No era tarde, de hecho, era hasta demasiado pronto, las cinco y media de la mañana según mi móvil.
Resoplé al bloquearlo, limpiar la pantalla con una de mis mangas y guardarlo de nuevo en el bolsillo trasero de mi pantalón.
Había salido de casa de Kaleb por los túneles, acompañada por aquella útil linterna que esperé que no le importase que le hubiese cogido prestada y acabé llegando hasta la inicial y pintoresca "oficina" que muy ingeniosamente se había elaborado él solito. Una vez en el puerto y con un frío y una humedad de los mil demonios, me coloqué la capucha que llevaba una de mis camisetas, metí las manos en los bolsillos del vaquero y eché a andar medio encogida hacia el interior de la ciudad. Los humanos teníamos esa tonta costumbre de encogernos cada vez que llovía como si, al hacerlo, nos fuésemos a mojar menos... Que ilusos éramos.

Anduve algo más de quince minutos en los que agradecí enormemente llevar puestas aquellas botas de montaña que repelían el agua como si de gremlins se tratasen. Había mirado el correo y me había encontrado con uno de mi madre histérica, le había contestado que tranquila, que confiase en mi y que todo estaba bien pero, como era de esperar, aquellas palabras habían caído en saco roto. Rodé los ojos al leer su contestación y aceleré el paso hacia casa. La conocía, no habría pegado ojo en toda la noche y yo ahora me sentía más culpable de lo que consideraba necesario, sobretodo cuando me había visto obligada a parar en una farmacia de guardia que acababa de pasar recordando que ni habíamos usado protección ni estaba segura de haberme tomado, el día anterior, la pastilla anticonceptiva. Eso de que fuesen diarias yo lo llevaba muy mal. Afortunadamente ser mayor de edad te proporcionaba la confidencialidad necesaria para no tener que recurrir a los padres para que te vendiesen la dichosa pastillita del día de después. Gran invento, sí, pero si no había que recurrir a él mejor. Era demasiado insensata.

Cogí el móvil y llamé a mi madre para tranquilizarla. Lo cogió antes de que el primer toque concluyese.
- A ver, mamá, ¿quieres calmarte? Todo esta... - me interrumpió, histérica y diciéndome que fíjate tú lo que había hecho, sabía que llevaba razón pero de nada servía decirle ahora aquello pues la bronca iba a seguir estando ahí - Vamos a ver, ¿me vas a escuchar o aseguir gritando? - a veces había que ponerse asi con ella porque no se lo esperaba y, al sorprenderle, solía callarse, momento que una debía aprovechar para poder hablar - Ha ocurrido algo mu ycurioso que te contaré en cuanto llegue a casa, estoy yendo hacia ahí ahora mismo así que tranquilízate, por favor... en cuanto te lo cuente entenderás el por qué mi actitud - silencio momentáneo, ¿le habia dado un yuyu? Mas le valía que no - ¿Mamá? - y entonces obtuve respues, más calmada y diciéndome que de acuerdo, que me esperaba en casa y que no tardase. Colgué asegurándole que no lo haría y volví a guardarme el teléfono. Bufé, *qué mujer*, pensé para mi misma.

Continué con mi camino, las calles estaban prácticamente desiertas y solo se podía oir con claridad el sonido de la lluvia chocando contra el asfalto... me estaba poniendo fina.
Llegué hasta el parque que siempre, viniese de donde viniese, me obligaba a cruzar no por necesidad sino porque me gustaba y esta vez me planteé rodearlo por culpa de la lluvia ya que lo más seguro es que estuviese lleno de barro y charcos. *¿Ahora te me vas a poner cuidadosa?*, me dije a mi misma negando con la cabeza y adentrándome en él. En efecto, estaba lleno de barro, pero qué mas daba, había que vivir al límite.

La lluvia no es que me volviese loca pero prefería verla desde casa bajo una manta y con la compañía de un buen libro que danzar bajo ella, en tal caso, sin barro y charcos de por medio.
Me estaba empezando a poner de mal humor, la humedad era lo peor, cuando te calaba por completo ya podías ponerte mil capas de abrigo que tus huesos seguirían congelados y eso era, precisamente, lo que me estaba empezando a ocurrir a mi. Me gustaba el frío, sí, pero aquella mañana parecía estar rompiendo unos cuantos principios propios.

Lo malo de madrugar y andar por la ciudad prácticamente sola es que me daba por pensar, siempre me ocurría, y como de normal no tenía nada bueno en qué hacerlo pues eso degeneraba a las horas en un humor de perros que rara vez alguien conseguía mitigar. Al menos, quienes me conocían ya sabían tratarme y no solía conllevar demasiados problemas pero claro, eso no iba a significar que me gustase sentirlo como tal.

Me llevé, como de costumbre, la mano al bolsillo trasero del pantalón para coger el móvil y mirar la hora cuando, sin previo aviso, éste acabó de lleno en uno de los charcos y yo con un hombro bastante dolorido.
- ¡Au! - me quejé abiertamente aún sin mirar al qué o quién había sido la causa de aquel repentino golpe cuando escuché unas palabras de disculpa. Palabras pronunciadas por una voz que, las cosas como eran, me encantó. Levanté la cabeza con el ceño algo fruncido y llevandome una de las manos al hombro resentido y noté como, de repente, mi expresión cambió por completo de la molestia a la neutralidad más absoluta que, conociéndome como me conocía, era prácticamente imposible - Em... Tranquila, no te preocupes - le dije a la mujer que me acababa de percatar que tenía enfrente.
Alta, delgada y con una mirada que a más de uno, y una, le quitaría el hipo de golpe.
Noté que, tras su disculpa, no quitaba sus ojos de los míos y, por alguna razón, me sentí incómoda por lo que me vi obligada a, tras unos cuantos segundos en los que el tiempo pareció paralizarse, apartar mis ojos de aquella mirada y centrarme en rescatar a mi pobre móvil que gritaba amenazante desde las profundidades del charco más cercano.

Lo cogí con dos dedos, a modo de pinza, e hice un puchero.
- Te salvaré - dije con voz algo dramática y apagada dirigiéndome al aparato al cual miraba a una distancia prudencial de mi, como si fuese algo tóxico, mientras éste chorreaba agua por todos sus orificios y lo que no eran orificios también. me giré de nuevo a la chica y le puse cara de no haber roto nunca un plato - ¿No tendrás, así por casualidad, un pañuelito o algo? - había dicho que tenía prisa e igual me mandaba a freir espárragos por entretenerla pero es que mi móvil estaba muriendo.

No podía creerme lo despistada que podía llegar a ser a veces. Parecía ser que aquel día no me había levantado con el pie correcto porque para empezar se me había hecho tarde para ir a trabajar y como consecuencia me había llevado por delante a una pobre chica que había tenido la mala suerte de cruzarse conmigo. Por otro lado la cosa no parecía tan terrible al verla. No podía explicarlo de forma racional como supuesta curada que era, pero mi realidad de incurada me decía que por alguna razón aquella mujer me había impactado y que a pesar del pequeño accidente, me alegraba de haber coincidido con ella, aunque probablemente ella no pensara lo mismo.

De pronto se me había olvidado que tenía que ir a trabajar, me había olvidado hasta de mi nombre, y la verdad era que eso sonaba muy estúpido, pero estaba confusa. Vi que se llevaba la mano al hombro donde le había golpeado e hice una mueca de disgusto lamentando haberla lastimado. -Lo siento, de verdad. ¿Te he hecho mucho daño? -pregunté angustiada acercándome a ella y posando suavemente y con cautela la mano en el hombro dañado. Entonces vi que bajaba su vista al suelo e inmediatamente se agachaba para recoger su teléfono móvil que se había precipitado directamente dentro de un charco, por lo que me aparté con una expresión de "Ouh, lo siento" en el rostro. Ahora me sentía aún más culpable y esperaba que su móvil sobreviviera a nuestro encuentro. -Vaya... perdóname. Qué tonta soy... Iba distraída y... -suspiré pasándome la mano por el pelo mojado para echármelo hacia atrás, ya que había empezado a caer por mi rostro.

Observé su mirada de tragedia al ver el teléfono chorreante y torcí mi gesto pensando en qué podría hacer para compensarla por lo que seguramente supondría la pérdida de su móvil. Entonces preguntó si tenía un pañuelo y busqué apresuradamente en mi bolso, pero no encontré nada que pudiera serle útil para su propósito. Me quedé un momento pensativa pensando en como ayudarla y entonces recordé el pañuelo que llevaba alrededor de mi cuello por lo que me lo quité rápidamente y lo doblé un poco cogiendo con él el aparato. -Intenta secarlo con esto. No sé si lograrás salvarlo, pero al menos tendrás una esperanza... -dije suavemente sintiéndome tremendamente culpable por el incidente.

- ¡Para, para, para, para, para! - comencé a decir apresuradamente en cuanto la vi coger mi móvil y empezar a secarlo con el pañuelo que llevaba al cuello. ¿Estaba loca? Se lo iba a estropear... - No es necesario que las dos perdamos algo por un choque fortuito - le aclaré mientras, con delizadeza, le apartaba las manos junto a su pañuelo, de mi móvil y me guardaba éste en un bolsillo de la chaqueta que, posteriormente, tendría que lavar.

Me conmovió aquel gesto, la verdad es que no me lo habría imaginado nunca pero supuse que no lo habría hecho por el simple motivo de que a mi ni se me hubiera ocurrido hacerlo por otra persona y muchísimo menos si se trataba de una desconocida que se había cruzado en mi camino mientras yo tenía prisa por llegar a donde fuese que se dirigía.
La miré y le sonreí para que se tranquilizase, ni que hubiera cometido un asesinato, no pasaba absolutamente nada... los móviles se podían sustituir.
- Cambia esa cara, no voy a matarte por esto - bromeé sin saber a ciencia cierta si sería lo más correcto pero es que ver su rostro cruzado por una culpabilidad innecesaria, no me gustaba - Además, la que debería pedir disculpas soy yo, se suponía que tenías prisa y mírate, aquí parada porque te estoy distrayendo - concluí encogiéndome de hombros y notando como una gota enorme de lluvia me golpeaba en la cabeza. ¿Señal de que no debería sociabilizar tanto? Probablemente.

Me hice a un lado de un solo paso y le mostré el camino que tenía delante suyo con uno de mis brazos - Ya tiene usted el paso libre, señorita - ofrecí cual caballero galán.

La miré sorprendida cuando me dijo que me detuviera. ¿Porqué no me dejaba hacerlo? Aquella era probablemente la única esperanza de salvar su teléfono móvil y aunque probablemente no consiguiera nada con ello, al menos tenía que intentarlo, pero ella me apartó las manos y se guardó el móvil en el bolsillo, por lo que no pude hacer más. -El pañuelo no es gran cosa, no pasa nada porque se moje... -dije tratando de convencerla y suspiré suavemente ante la idea de que no lo lograría. -Siento lo de tu móvil, no era mi intención causarte daño alguno, ni a ti ni a tus cosas. -dije haciendo una pequeña mueca. -¿Cómo está tu hombro? -pregunté mirándola. Aquello sí que me preocupaba realmente dado que el móvil al fin y al cabo era un objeto que podía sustituirse de una forma relativamente fácil, pero su hombro no.

Sonreí un poco cuando dijo que no me mataría por lo ocurrido y negué rápidamente al escuchar que era ella la que debería disculparse debido a que me estaba entreteniendo y yo tenía prisa. -No, en absoluto. No te preocupes, no es tan importante. -dije y rápidamente saqué mi propio teléfono móvil cuidando que no corriera la misma suerte que el de ella y con dedos hábiles escribí un mensaje de texto avisando a Igor de que llegaría tarde a trabajar porque me había surgido un imprevisto y que comenzara sin mí, esperaba que no se enfadara mucho conmigo. -Ya no tengo prisa. -dije levantando de nuevo la vista hacia ella cuando me dejó el "camino libre" de forma cómica para que pudiera marcharme. -¿Puedo comprobar si tu hombro está bien? Soy enfermera. -le expliqué para que entendiera el porqué quería revisarlo, no me gustaría saber que la había lastimado y me había marchado sin más.

Al parecer se había propuesto sorprenderme a cada comentario casual que salía de su boca. ¿Examinarme el hombro? Pero si no había sido más que un simple choque entre dos personas despistadas...

[color=goldenrod[- Em... No ha sido nada, de verdad... -[/color] No es que no le quisiese dejar hacerlo para que se quedase más tranquila sino que el simple hecho de que una desconocida me tocase en medio de un parque en un día lluvioso no era algo que precisamente soñase a diario aunque, si debía reconcoer una cosa, y es que por muy desconocida que fuese me transmitía algo que pocas personas antes habían hecho, por no decir que ninguna, y era una especie de tranquilidad y sosiega muy pero que muy desconocidas para mi.
Me quedé mirándola en silencio unos segundos, pocos en realidad, pero los suficientes para crear algo de incomodidad en una conversación entre desconocidos. Carraspeé desviando algo la mirada y recordando lo que acababa de hacer con su móvil.

- Espero que esta distracción no te traiga demasiados problemas - le dije sincera, no me agradaría que los tuviese por mi culpa.

Pensé en presentarme y quise hacerlo, es más, estuve a punto de hacerlo con mi nombre real, culpa de haber vuelto a encontrar a Kaleb, pero enseguida me di cuenta y reconocí que aunque me sintiese extrañamente a gusto con ella, no había que correr riesgos.

- Me llamo Emily... encantada a pesar del encontronazo - comenté queriendo quitarle tensión al asunto pero sin estar demasiado segura de haberlo conseguido.

¿Qué me había perdido? No era una experta en leer las intenciones de los demás en sus actitudes corporales pero sí me percataba de cuando una expresión pasaba del blanco al negro en cuestión de segundos que era, justamente, lo que le había ocurrido a la que de aquella mujer.

¿Tan pronto mostraba culpabilidad, preocupación y dedicación y, de repente, se volvía arisca, seria y profesional? No me habría llamado la atención o, más bien, no me habría preguntado si ocultaba algo de no haber llevado a cabo aquel extremo y para nada disimulado cambio de humor y de expresión. Además, aparte del estrechamiento frío de manos, no había correspondido a la presentación lo cual aún me incitaba más a pensar en que me había topado con una persona que tenía alguna que otra cosa que esconder. pero claro, al finb y al cabo, era una desconocida que nada tenía que ver conmigo ni yo con ella, allá cada cual.

Correspondí a ese apretón de manos pero en seguida la aparté de la suya. Ya no había sentido esa misma sensación del principio, cuando aparté su pañuelo con mis manos. Ahí había sentido tranquilidad y serenidad, incluso una confianza extraña pero ahora, ahra era totalmente fría y arisca, características que de no equivocarme solo podían pertenecer en aquel mundo a un curado.

La miré podría decirse que con una mezcla de lástima y recelo, lo primero por si resultaba ser una curada y lo segundo por la incipiente rabia de que así fuese. Le mantuve un par de segundos más la mirada y supe que ya no había nada más que decir o hacer en aquel lugar. Ella había marcado el límite de la cordialidad y, aunque no fuese de aquellas personas a las que le gustan respetar límites, algo me decía que debía hacerlo si no quería terminar con otro quebradero de cabeza más.

- Descuida, mea culpa - contesté a modo de despedida esperando que fuese ella la que la iniciase por su camino.